Época: Alfonso XIII
Inicio: Año 1902
Fin: Año 1917

Antecedente:
España a comienzos del reinado

(C) Genoveva García Queipo de Llano



Comentario

El papel de la Iglesia en la sociedad española constituyó una de las cuestiones más relevantes en la discusión política desde comienzos de siglo. Pero en una época regeneracionista, se puede decir que el regeneracionismo llegó también al catolicismo. Esto supuso, por un lado, una movilización y, por otro, una actuación utilizando unos procedimientos de una mayor modernidad.
De todos modos, polémicas que en otras latitudes habían desaparecido a fines del siglo XIX todavía perduraban en España en tal fecha. El mejor ejemplo puede ser la negativa a actuar en el marco de unas instituciones liberales. Imitando el ejemplo italiano, los católicos españoles organizaron unos Congresos durante la década final de siglo que acabaron extinguiéndose en el mismo año en que Alfonso XIII ascendió al trono, porque provocaban el enfrentamiento con las instituciones de la Restauración. Sin duda, ese persistente integrismo -no debe olvidarse que el término tuvo carta de naturaleza en España- tuvo mucho que ver con la polémica entre clericalismo y anticlericalismo.

Al final de la primera década del siglo el integrismo estaba ya en franco retroceso, al menos como organización pero, al mismo tiempo, no se había hecho mucho desde el lado católico para llegar a una movilización de este sector de la sociedad española. En varias capitales de provincia se organizaron grupos políticos católicos que contribuyeron a la independencia del sufragio, pero desde la propia jerarquía se limitó este género de movilización. Lo cierto es que, siendo los dos partidos turnantes ajenos a cualquier intento de persecución religiosa, esa actuación de las masas católicas en la vida pública carecía de sentido y el general retraso de la sociedad española hizo el resto. Un buen ejemplo de esta falta de peligrosidad del sistema de la Restauración para el mundo católico (y de su carencia de modernidad) nos lo proporciona el hecho de que la figura más destacada del mismo fuera el marqués de Comillas, uno de los patronos más conocidos de la época pero todo lo contrario a un organizador de masas, aparte de ser figura muy integrada en el mundo de la Restauración. En materia social, por ejemplo, cuando ya en otros países europeos estaban organizándose sindicatos obreros, Comillas permanecía encastillado en una acción paternalista y caritativa.

Sin embargo, en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, aunque al margen del marqués de Comillas, empezaron a surgir organizaciones a las que cabe atribuir la condición de presindicales. El jesuita P. Vicent organizó unos círculos obreros que, aunque en su momento inicial tuvieron un carácter mixto, finalmente se dirigieron tan sólo a las clases humildes; además de ser en su origen instituciones puramente caritativas pasaron a ser, si no reivindicativas, al menos de carácter cooperativo.

En los círculos de este tipo se debe buscar el origen del sindicalismo agrario que se difundió sobre todo en la mitad norte de la Península y tuvo allí una perdurable influencia. Fue una medida adoptada por influencia inicial de Maura, pero traducida en norma en 1906 cuando éste no estaba ya en el poder, la que facilitó la existencia de estas entidades que solían tener un componente interclasista o estaban nutridas más que de jornaleros de pequeños propietarios. Los sindicatos agrícolas cumplían funciones de asesoramiento técnico, cooperativa, ahorro y mutualidad social y su afiliación a la altura del estallido de la Primera Guerra Mundial no estaba tan lejana de la de UGT o CNT.

En cambio, en el medio industrial el desarrollo del sindicalismo católico propiamente dicho fue mucho más lento. Hubo algunos intentos desde comienzos de siglo, pero sólo en 1907 en Barcelona otro jesuita, el P. Palau, inició propiamente esta tarea que tuvo poca continuidad. En torno a 1910 los dominicos iniciaron una tarea de difusión de un sindicalismo profesional en el que el componente reivindicativo era palpable.

Sin embargo, la fecha coincidió con una general actitud de prevención por parte de la jerarquía católica en todo el mundo. En realidad, en España resultó poco menos que inexistente el modernismo como doctrina teológica, lo que resulta una prueba a la vez de ortodoxia y de aislamiento y ausencia de debate intelectual en materias religiosas. El repudio del modernismo de cualquier manera se trasladó desde el ámbito teórico al práctico y poco antes de la guerra mundial, como había sucedido en ocasiones anteriores, fueron cortadas algunas de las iniciativas más innovadoras que habían tenido lugar hasta el momento en este terreno social.

En cambio perduró y habría de ser muy significativa una asociación nacida en estos años y que iba a estar conectada con los aspectos modernos del catolicismo español, al menos en el terreno práctico. En 1908 tuvo su origen la que luego sería denominada Asociación Católica Nacional de Propagandistas. La figura más importante relacionada con ella fue Ángel Herrera, que estuvo presente en las más importantes iniciativas del catolicismo español durante el primer tercio de siglo. Lo que caracterizó a la Asociación fue, en efecto, mucho más el activismo que la reflexión doctrinal. Antes de 1914 estaba ya en marcha, a título de ejemplo, la Editorial Católica, que contó con el diario El Debate, buque insignia de una prensa moderna. No fue la única iniciativa aunque sí la más importante y consiguió, en un período relativamente corto de tiempo, que casi en la totalidad de las capitales de provincia hubiera un diario católico.